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Los debates que necesitamos
Publicado por Raimon Obiols | 14 Diciembre, 2010

Los debates sobre “el futuro de la izquierda”, “el futuro de la socialdemocracia”, etc., Producen una cierta angustia: es como si los médicos se dedicaran a discutir, no sobre cómo curar enfermedades sino sobre su futuro profesional. Se asume que hay una “crisis de la socialdemocracia” (la derecha se encarga de hablar de ello constantemente) pero esto es una media verdad que puede ser un error: hay que hablar sobre todo de crisis del neoliberalismo, de crisis del capitalismo financiero desregulado y de crisis de la política. Los problemas y las incertidumbres actuales de la economía, sus consecuencias sociales y los miedos que se derivan, son resultado de las décadas de neoliberalismo hegemónico y fundamentalista, de la globalización dessregulada, de la arrogancia de los mercados financieros, de las desigualdades crecientes, de la hegemonía mediática de la derecha, de la conversión de la información y de la opinión publicada en mercancías, de la apoteosis barroca del dinero, de la antipolítica y de las derivas populistas.
En esta situación de crisis, los partidos de la izquierda y del centro-izquierda tienen que recuperar una ambición de teoría. No de elucubraciones teóricas abstractas ni de fundamentalismos ideológicos, sino de análisis e interpretación de los cambios, problemas y retos del mundo actual y de nuestras sociedades.
La apelación, tan frecuente en el campo progresista, a la necesidad de un “relato”, es equívoca e insuficiente. Lo que necesitamos son mejores análisis, explicaciones, proyectos y propuestas. El relato no es un asunto de los profesionales de la comunicación y de los think tanks, que son indispensables en un mundo complejo y mediatizado, pero que no pueden sustituir la función de inteligencia colectiva de los partidos que quieran estar a la altura de los retos de nuestro tiempo. Un relato eficaz es siempre el fruto de una deliberación amplia y compartida, que construye un sentido común capaz de agregar mayorías. Sólo cuando entre muchos sabemos explicarnos las cosas, entenderlas mejor, saber qué hacer para mejorarlas, podemos hacer del relato el fundamento de una conciencia política potente. Entonces se pueden agregar voluntades hasta convertirse en mayoría social y política. Estos retos no son asunto de gabinetes, sólo se ganan con inteligencia, voluntad y acción colectivas.
Nuestros debates deben centrarse en las aspiraciones y los problemas de la gente; deben hablar un lenguaje preciso y comprensible, y deben contar con instrumentos de deliberación abiertos a la gente, especialmente de los sectores más débiles, los más cultos y los más dinámicos de la sociedad. Las aspiraciones de estos sectores no son contradictorias. Si los debates, los proyectos y los instrumentos son los acertados, sucede exactamente lo contrario: son aspiraciones que confluyen en mayorías. La base indispensable de todo proyecto de progreso consiste en la agregación de los sectores favorables a las reformas y cambios al servicio de los intereses de la mayoría.
Muchos partidos de izquierda en Europa tienen todavía modelos organizativos y programas del siglo XX. Si quieren afrontar con éxito los retos del siglo XXI tienen que proceder a una renovación profunda y radical. De estructuras verticales deben pasar a organizaciones horizontales, abiertas y en red interactiva. Esto plantea la cuestión de su cohesión, de su capacidad de agregar, que requiere nuevas formas de autoridad colectiva. Un requisito indispensable es superar el rasgo más funesto de las izquierdas del siglo XX: su tendencia a dividirse y enfrentarse, la vía muerta de los desacuerdos e incompatibilidades. La cohesión de conjunto, el pluralismo y la apertura no son objetivos incompatibles sino condiciones necesarias de la acción política en las sociedades abiertas. Para garantizarlas son necesarios liderazgos de tipo nuevo, que garanticen la autonomía y la participación de los adheridos y adheridas al proyecto, que no pueden ser seguidores de consignas sino propulsores emancipados.
Podemos alcanzar este objetivo de renovación porque nuestra energía es renovable, no proviene de un dirigente o de un núcleo de dirección sino de las aspiraciones de los sectores mayoritarios de la sociedad. Esta es la energía, permanentemente renovada, que es el origen de lo que Brandt señalaba como nuestra capacidad de hacer “nuevos comienzos”.
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