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Editorial de L’Hora: La situación actual y el futuro del PSC
Publicado por Raimon Obiols | 4 Noviembre, 2013
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Dos posiciones polarizan hoy el debate en la vida política y en los medios de comunicación en Cataluña. La primera, al abrigo de una amplia movilización ciudadana, anuncia un fast track, un acceso rápido a la independencia por la vía de una consulta o referéndum, o por la de unas elecciones plebiscitarias y una eventual declaración unilateral del Parlamento. La segunda se muestra alarmada por esta situación, que considera peligrosa, y alerta sobre un inevitable “choque de trenes”. “Tenemos prisa”, “la independencia está en la esquina”, dicen unos. Aumenta “el riesgo de incendio”, corremos el riesgo de que “Cataluña acabe completamente derrotada y desmoralizada”, avisan a los demás.
En una cosa coinciden ambas posiciones: sitúan el desenlace de esta situación en un plazo relativamente corto (el año 2014 se convierte en el horizonte de referencia) y coinciden en afirmar que no hay ningún camino de transacción a la vista.
No coincidimos del todo ni en una posición ni en la otra. Por eso queremos resumir nuestras previsiones de futuro, con cautela, a riesgo de equivocarnos. Pensamos que hay que hacerlo, en un panorama tan confuso y crispado.
Nosotros creemos que en los próximos tres años no habrá consulta ni tampoco se producirá un dramático “choque de trenes”. Tampoco creemos que en este periodo haya ninguna iniciativa relevante de negociación y transacción para salir del conflicto actual.
Lo que se producirá es una secuencia de elecciones sucesivas. La primera cita con las urnas serán las elecciones europeas, en mayo de 2014. Después vendrán otras – municipales, catalanas, españolas – entre 2014 y 2016, en un orden y con unas fechas que no conocemos, pero que se situarán antes de una eventual consulta. Será una secuencia de elecciones marcada por los intentos, tanto en Cataluña como en España, de imponer una polarización con planteamientos plebiscitarios. Del resultado de estas diferentes elecciones depende, como nunca había sucedido en el pasado, la evolución futura de las cosas, en Cataluña y en España. Será un ciclo político y electoral relativamente prolongado, convulso y difícil, inscrito en la onda más larga de transición hacia una nueva época, con nuevos paradigmas y nuevas políticas en nuestro país, en España y en Europa.
En esta situación, la derecha española muestra una enorme irresponsabilidad histórica, poniendo en peligro los pactos y conquistas sociales del pasado. Pero en relación a Cataluña ha encontrado un camino que le es tácticamente rentable y que conviene al temperamento de Rajoy. No hacer nada, absolutamente nada, en el terreno del diálogo y de la transacción política (portazo a Alicia Sánchez-Camacho y a Duran); dejar que la situación se deteriore con medidas que ponen la Generalidad contra las cuerdas (presupuestos discriminatorios y lesivos; parálisis de las relaciones bilaterales, ley Wert). Nada que hablar si antes el movimiento soberanista no da marcha atrás.
Esto no implica una catástrofe ferroviaria sino una situación de bloqueo y conflicto que puede durar mucho tiempo: este es el escenario de tensión (más o menos controlada) que creemos más probable. Habrá conflictos protocolarios, una permanente falta de respeto institucional, una cínica vulneración de los compromisos estatutarios, interpretaciones constitucionales reaccionarias. De vez en cuando se alimentará la tensión. De vez en cuando se rebajará, dejando un poco de lastre para que la situación no explote.
Es evidente que el PP ha hecho el cálculo de que la posibilidad de seguir gobernando pasa en buena medida para estimular los reflejos nacionalistas españoles como arma contra una posible alternativa de gobierno en España, intentando dividir y dispersar el voto socialista en Cataluña (que es el que, en igual medida, hizo posible los gobiernos de González y de Zapatero). Es probable que algunos sectores de CiU se sientan cómodos en este escenario.
No es únicamente el independentismo catalán el que buscará dar carácter plebiscitario a la futura secuencia de elecciones; lo hará también el complejo político, mediático y judicial de la derecha española, que jugará la carta de una “despolitización” de las contiendas electorales, tratando de encuadrar en un esquema esencialista de reacción contra la “anti-España”, más que en una confrontación entre partidos y programas.
2. Respecto a la situación catalana, se habla de la aparición de una progresiva “fractura social” generada por razones de identidad o de lengua. Es lo que proclaman Aznar y los suyos y es el cálculo del gobierno y del partido de Rajoy.
En Cataluña no hay fractura pero hay tensiones. Bastantes (incluido el primer secretario del PSC) viven la experiencia de discusiones con amigos y familiares, que se tratan de evitar para que la pasión no les haga acabar mal. Lo mismo está produciéndose en la sociedad en general. Es una señal de mal augurio, como lo son el incremento de manifestantes en la celebración del 12-O de este año, el hecho de que las encuestas señalen el aumento de ERC y de Ciudadanos y el descenso de las otras opciones, o que el último barómetro del CEO señale que un 54% del electorado socialista está a favor de la consulta y un 41% no. No hay fractura pero han aparecido grietas, y son muy preocupantes.
Si se agranda, el riesgo no sería tanto el de una “fractura social” por razones de lengua, raíces o cultura sino de aparición de distintas “fracturas políticas” entre grupos u opciones fragmentados y excluyentes. Un riesgo no tanto de ruptura social por razones de tripa identitaria (la responsabilidad del pueblo de Cataluña lo garantiza) como de anomia y dispersión política. Hay sectores que se benefician de esta situación y lo estimulan: la derecha, española y catalana, y los populismos xenófobos. Este ha sido siempre su cálculo, su impostura: situar la confrontación identitaria y simbólica para evitar el derecho a decidir sobre los efectos y las salidas de una crisis económica y social, y disimular la imposición de unas políticas que recortan los derechos sociales y aumentan dramáticamente las desigualdades (según Eurostat, la desigualdad entre el 20% más rico y el 20% más pobre ha aumentado un 27,8% desde 2008, frente a una media de 4,2% para los países de la euro).
3. La tendencia a la fragmentación política es visible, a pesar del éxito ejemplar de la gran movilización del pasado 11-S. Hoy, casi todos los partidos y coaliciones tienen conflictos internos, salvo ERC que de momento capitaliza una dinámica popular, un movimiento de fondo, pero es muy probable que acabe pagando el precio de la distancia entre las expectativas generadas y la prueba de los hechos. La credibilidad de una fuerza política no se mantiene con discursos o con un todo o nada obstinado, sino con la obtención de resultados. No se puede vivir de la ilusión; hay que hacer avanzar las cosas en la realidad, y la realidad es dura.
Esperar a que las dificultades de unos o la frágil popularidad de los otros (en una situación bloqueada que haga que el “catalán cabreado” se convierta en el “catalán cansado”) sea la opción a seguir, sería un grave error del PSC. Su situación es inquietante, y no nos referimos únicamente a las encuestas: está en zona de riesgo, no sólo de bajada. Decir que tiene un problema no sería exacto: en realidad tiene unos cuantos. Algunos derivan de la crisis social y política, en Cataluña y en España; otros se les ha buscado, a lo largo de los años. Ninguno de ellos tiene una solución fácil, y cuanto más tarde en hacer frente, peor.
Para la derecha, el PSC es triplemente culpable: hizo posible la presidencia de Maragall y el tripartito, su voto es indispensable para hacer posible un gobierno socialista en España, y ha sido un garante de la unidad civil y del consenso catalanista. Quieren liquidar el partido de Ernest Lluch y algunos ya lo dan por muerto.
Mantener un PSC relevante es una necesidad que no sólo interpela a sus afiliados y afiliadas. Requiere también la responsabilidad compartida de una diáspora socialista significativa y los sectores más afines de los movimientos sociales de la sociedad catalana. De un espacio socialista que supere su crisis depende en buena medida la posibilidad de alternativas de progreso en los años a venir, en los ayuntamientos y en los gobiernos de Cataluña y de España. También, en igual medida, que no se dañen las esperanzas, las energías sociales y la unidad civil de nuestro pueblo, y que se mantenga en casa el apoyo a una Unión Europea más integrada, democrática y federal.
Hay que salvar el PSC y después reinventarlo, para rehacer su unidad, el consenso básico entre los diversos segmentos que lo formaron desde su fundación y han constituido el amplio espacio socialista. Hay que hacerlo con los cambios que necesita su organización, su cultura política y su proyecto. A esta cuestión dedicaremos el próximo editorial de L’Hora.
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