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    Comunicación y manipulación

    Publicado por Raimon Obiols | 26 Enero, 2008


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    Vivimos una época de mediatización de la política y de politización (a menudo oculta, subliminal) de los medios. El factor de “mediatización” y también de “inmediatización” de la comunicación y de la política, sobre todo a través de la televisión, es un gran rasgo característico de nuestro tiempo. ¡Como dijo un periodista francés, si Émile Zola tuviera que dirigirse hoy al presidente de la República Francesa a propósito del asunto Dreyfuss, diría “J’accuse!” en un corte en la tele y no podría añadir gran cosa más.

    Este enorme condicionante “mediático” e “inmediático” lleva a que los discursos de los líderes políticos sean cada vez más elementales, una suma de eslóganes hecha por “spin doctors” o publicitarios, dirigidos por las emociones de un público consumidor y pasivo. Un editorialista de The Guardian decía que los discursos de Tony Blair le parecían más bien composiciones musicales que piezas de retórica, es decir discursos más destinados a producir impresiones y sentimientos que a argumentar o informar.

    En la televisión tiende a borrarse la frontera entre información y entretenimiento. También entre comunicación y pura manipulación. En este sentido revisten un carácter excepcionalmente interesante todas las estrategias de “storytelling” (difusión de historias) de la coalición que invadió Irak: especialmente con respecto a la existencia de armas de destrucción masiva que estarían en manos de Sadam Hussein. El carácter especialmente expuesto, tenso y condensado de esta campaña narrativa (que tuvo un momento culminante de forma mediática cuando Colin Powell enseñó delante de las cámaras un siniestro tubo de ensayo, en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas) está lleno de lecciones que se desprenden de hechos indisimulables. Algunos expertos aseguran que fue un colaborador de Blair, Allistair Campbell, el principal inspirador de esta “difusión de historias”, tanto en Londres como en la Casa Blanca. En la campaña de reelección de Bush en 2004 jugó un papel importante el videoclip más caro de la historia (6,5 millones de dólares), difundido a todas las cadenas de televisión, en internet y mediante dos millones y medio prospectos, presentando la historia de Ashley, una adolescente que perdió a su madre en los atentados del 11 de septiembre.

    Algunos de los escenarios narrativos que se prepararon son, a la vez, muy sofisticados y muy truculentos: Laura Bush declaró, el 17 de noviembre de 2001 que “sólo los terroristas y los talibán amenazan con arrancar las uñas de las mujeres que se las pintan”. La esposa de Blair repitió tres días después la misma declaración casi palabra por palabra: se trataba de estimular la circulación de imágenes impresionantes. Pero en este terreno, la palma se la ha llevado Ana Botella, la esposa de Aznar, que en el marco de la equivalencia que el PP quiere establecer entre terrorismo e interrupción voluntaria del embarazo, ha dicho a la SER, según leo en los diarios: “Creo que todos hemos visto estas escenas espantosas (“espeluznantes”) de niños de siete meses de gestación en las trituradoras”. Se trata, leo también, de un falso rumor generado en algunas tertulias radiofónicas de Madrid.

    Cuando hay poderes económicos y políticos (en España se podría añadir “y ‘espirituales’”) que controlan una porción consistente de los medios audiovisuales (el caso de la Italia berlusconiana ha sido hasta ahora el ejemplo extremo) los efectos tóxicos de la manipulación política son importantes: estos poderes fijan la agenda – de la que se habla y de la que no se habla -, determinan los ángulos de visión – desde qué punto de vista se plantean las noticias y los temas “a debate” -, imponen los criterios dominantes – como se juzgan las cosas, qué principios destilen los juicios, cuáles valoras se difunden, qué prestigio se crean… Es el despliegue de una política mediática que apunta a la persuasión emotiva de las personas, sustituyendo la información equilibrada y la argumentación plural por un espectáculo dominado por la manipulación. Más que de democracia de opinión se podría hablar, en este sentido, de democracia de emoción.

    Algunos profesionales de estrategia y comunicación política en los Estados Unidos tienden a distinguir el “statecraft” (la comunicación de la acción de gobierno) del “stagecraft” (de “stage”, escena, es decir los escenarios de la comunicación simbólica y emocional) y los más radicales afirman que, en la sociedad mediática, la manipulación emotiva no es ya un complemento sino un verdadero sustituto de la acción concreta de gobierno.

    El gran problema que eso genera es el que plantea Sam Gardiner, un coronel norteamericano en la reserva, que ha estudiado estas manipulaciones, incluido el rocambolesco rescate falso del sargento Jessica Lynch, retransmitido casi en directo por las televisiones y que se reveló falso. Gardiner dice, refiriéndose a la guerra y la ocupación de Irak, que “nunca se han inventado tantas historias para vender una guerra. Cuando tengamos de retirarnos de Irak, el traumatismo será mayor que en el caso de Vietnam. Los políticos se encontrarán con una opinión pública que rehusará creerlos, aunque digan la verdad”. El problema va bastante más allá del asunto iraquí: es el problema del agotamiento progresivo de la confianza de los ciudadanos en la política, los medios de comunicación y de rebote, en las instituciones democráticas.

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