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Lo que tendríamos que aprender de Irving Kristol
Publicado por Raimon Obiols | 23 Septiembre, 2009

El 18 de septiembre murió Irving Kristol, a los 89 años. Era considerado como el padre fundador, “el abuelo de los neocons“. De hecho, cuando el socialista norteamericano Michael Harrington utilizó por primera vez (en 1973) el término “neoconservador“, pensaba en Kristol y en algunos otros ex progresistas, como Norman Podhoretz, que, provenientes de la extrema izquierda o del mundo liberal, habían pasado a posiciones conservadoras radicales. Después fue el propio Kristol quien se proclamó neocon en su libro Confessions of a True, Self-Confessed Neocoservative (1979), definiéndose como uno progresista “transformado por la realidad”.
Algunos de sus epígonos (Rumsfeld, Rove, Perle, Bolton, Wolfowitz, etc.) han hecho estragos – a veces en el sentido más literal del término – durante las administraciones de Bush Jr. Pero me parece que desde la izquierda sería un error subvalorar el movimiento intelectual y político neocon, cómo a menudo se hace, reduciéndolo a anécdotas o caricaturas. De anécdotas (desde la financiación de la revista Encounter por LA CIA hasta las peripecias de Wolfowitz en la Banca Mundial) hay a espuertas. Y no hay que recurrir a la caricatura para describir el perfil de un Rumsfeld o de un Rove. Pero a pesar de que su trayectoria intelectual y política no se puede considerar un prodigio de coherencia o de continuidad (“he sido“, decía “neo-marxista, neo-trotskista, neo-liberal, neo-conservador; en religión neo-ortodoxo incluso cuándo era neo-trotskista y neo-marxista“), en los planteamientos de Kristol siempre había un grueso considerable. La “revolución conservadora”, que Margaret Thatcher y Ronald Reagan impulsaron, debe mucho a sus planteamientos, que no eran solo culturales y políticos, sino que respondían a un activismo estratégico que contó con plataformas, think tanks y grupos de presión muy potentes e incorporó a una multitud de intelectuales, académicos y periodistas (Rove definió Kristol como uno “empresario intelectual“). Pero aquello que desde la izquierda no se tendría que olvidar es que eran planteamientos muy articulados y muy sólidos; como diría Arguiñano, “con fundamento“. Sin este cuerpo consistente, el movimiento neocon no habría salido bien, o su pisada habría sido efímera, como lo han sido otros intentos de modernización de las ideas políticas (alguno en el campo progresista) más delgados que el papel de fumar. Ésta es una lección que tendríamos que aprender de Kristol.
P.S. – si alguien está interesado, aquí encontrará la entrada sobre los Neocons que Toni Comín y yo escribimos para nuestro diccionario Las palabras del socialismo.
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