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    Italia, Italia

    Publicado por Raimon Obiols | 5 Noviembre, 2010


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    Sería un error limitarse a bromear sobre Berlusconi. El personaje se lo merece: cada vez es más una parodia de sí mismo, y sus peripecias tragicómicas son jugosas. Pero la situación italiana es muy preocupante, porque en cierta medida puede ser vista como premonitoria. ¿No es lo que está sucediendo con los escándalos de la trama Gürtel, y los demás que tenemos más cerca? No parecen suscitar ningún tipo de reacción en el electorado de derechas.

    Lo que desconcierta y angustia más no es Berlusconi. Se podía esperar cualquier cosa del personaje, si bien el último escándalo ha batido todos los récords: una menor marroquí de 17 años invitada a las fiestas del primer ministro, detenida por el presunto robo de 3.000 euros e inmediatamente liberada de la comisaría por una llamada de las “altas instancias” diciendo que se trataba de una “sobrina del presidente egipcio Mubarak”.

    Lo que es más preocupante es que, más allá del alboroto mediático, del morbo de una nueva historia escandalosa de sexo, política e irregularidades de todo tipo, haya en Italia un silencio tan espeso, una impotencia tan espectacular, en la sociedad y en la política, ante esta situación de declive demencial. Como si se considerara que esta realidad impresentable no tiene solución, que hay que aceptarla con fatalismo, y que, por tanto, entra en el terreno de la “normalidad”. Esta falta de reacción y de respuesta efectiva, esta indefensión italiana, es para ponerse a temblar, si se piensa que puede ser premonitoria de una situación futura en las democracias europeas.

    Hace trece años, si no me descuento, que Il Cavaliere está en la primera línea de la política de Italia, gracias a su inmensa fortuna, a su hegemonía en los medios de comunicación, a sus mensajes populistas, a su ideología “antipolítica”, y a las carencias y divisiones de las fuerzas democráticas. La televisión ha sido la esencia misma del berlusconismo, la que ha construido a lo largo de los años una especie de consenso mayoritario, hecho de cinismo, en torno al personaje. La televisión o, mejor dicho, una democracia populista y televisiva en la que el esquema de mayorías y minorías ha dejado de funcionar, el sistema de partidos se ha derrumbado y la izquierda y el centroizquierda se han fragmentado hasta la irrelevancia.

    Yo he visto de cerca este personaje surrealista, en el Parlamento europeo, con el pelo implantado y reteñido, el rostro hinchado por la cirugía estática y el bótox, el maquillaje permanente. Siempre que lo he visto y escuchado, me he preguntado cómo es posible que este personaje ridículo haya sido caucionado por una mayoría electoral, y también por una larga reata respetuosa de empresarios y personajes importantes, monseñores, políticos, intelectuales y periodistas que, de manera sincera o hipócrita, se lo han tomado en serio. El peso del dinero ha hecho posible esta extravagancia morbosa y se ha añadido la pasividad de muchos y también el falso realismo político. Por ejemplo, en el campo de la oposición se ha dicho y se ha repetido, en los últimos años, que no se debía caer en la “trampa del anti-berlusconismo”. Como si se tratara de una forma de negativismo extremista, cuando se trataba simplemente de una prueba de sensatez democrática elemental!

    En el campo político, al punto que ha llegado de fragmentación y confrontación entre los demócratas, la posibilidad de una reacción que cuente con un apoyo mayoritario no es evidente. “El futuro de la democracia italiana”, ha escrito Flores d’Arcais, “es una ecuación fácil de describir y difícil de resolver”.

    En Italia se ha instaurado un régimen de democracia populista y televisiva, en la que una mayoría detesta una partitocracia abusiva y sin partidos serios, se reconoce en el “partido de la anti-política” (todos son iguales, “tutti ladri”) y, puestos a apoyar a alguien, vota por el momento al más sinvergüenza.

    Esta falta de reacción italiana ante el escándalo berlusconiano, ha dicho un comentarista, “es el fruto de mil complicidades y de mil silencios”. Es posible que Berlusconi tenga los días o los meses contados como primer ministro. ¿Habrá en el país una reacción de responsabilidad y realismo? Quizás este escándalo del “Bunga-bunga” marcará un límite y una reacción. Ojalá.

    O quizás no. Quizás proseguirá aunque esta marcha hacia la patética normalización de la desvergüenza y de los escándalos, hacia el absurdo. En nuestra casa haríamos mal hecho de minusvalorar esta situación italiana, como si fuera el fruto de cosas paródicas, anecdóticas, específicas exclusivamente de ese país. Deberíamos reaccionar también nosotros porque hay signos más que evidentes de que el riesgo de una democracia populista y televisiva está también presente entre nosotros. El “laboratorio Italiano” nos indica la fuerza de un fenómeno de degeneración democrática (una tendencia general hacia la “democracia de las bajas pasiones”) que deberíamos saber calibrar en su gravedad y evitar a todo trance.

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