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Malestar o pacto
Publicado por Raimon Obiols | 10 Noviembre, 2010

En un artículo en este diario (“Las elecciones del malestar”, 23 de octubre), el amigo Josep López de Lerma decía que llega a las elecciones con “el cabreo difuso de toda la sociedad catalana”. Es evidente, y no sólo debido a la crisis económica o de las relaciones con España: hay otros fenómenos de fondo que recorren el mundo. Leí, hace unos días, esta frase lúcida de Lluís Bassets: “En todos los países avanza la desafección y la antipolítica, en muchos casos a caballo de poderes mediáticos que saben explotar las bajas pasiones”. Lo hemos visto estos días en Estados Unidos.
De unas democracias de opinión se está pasando, en muchos países, a democracias de emociones o de “bajas pasiones”. Mirad Italia: un primer ministro que organiza fiestas, una menor marroquí que asiste, que es después detenida por un presunto robo y liberada por una llamada de las “altas esferas” que dice al comisario que la deje ir porque es “una sobrina del presidente egipcio Mubarak “. Lo más escandaloso de este nuevo escándalo de Berlusconi es que no tiene otras consecuencias que el aumento del cabreo y del cinismo general. Il Cavaliere lo aguanta todo: tiene una inmensa fortuna, es absolutamente hegemónico en las televisiones, manipula un populismo antipolítico que deteriora y divide un país sin capacidad de respuesta: en las instituciones hay una partitocracia fragmentada, sin partidos serios, en la sociedad, una opinión desmoralizada y manipulada por el poder populista y televisivo de Berlusconi.
En todos sitios los políticos y los partidos de la derecha tienen la hegemonía en los medios y se nota: en Italia o en Estados Unidos y en muchos otros países, también en el nuestro. Aquí se da la paradoja de que, en los sondeos, la mayoría aprueba la obra hecha por el gobierno de la Generalitat, pero el gobierno no aprueba. La razón principal es que el “tripartito” (nombre negativo impuesto por los adversarios) ha tenido en todo momento la hostilidad de las derechas mediáticas española y catalana, abrumadoramente mayoritarias. Como si el resultado de un partido fuera de 4 a 2 a favor del equipo local, pero la retransmisión de los medios afirmara que el equipo es un desastre y que el resultado es de 2 a 4.
Hay excepciones a esta situación. Lula, por ejemplo, que sale de ocho años de presidencia con un 80% de apoyo popular. En su discurso de investidura, hace ocho años, dijo que no podía permitirse el lujo de cometer errores, porque “no era el candidato de las televisiones ni los poderes financieros”. Los partidos del gobierno de la Generalitat habrían hecho bien en seguir esta filosofía, en vez de dejarse ir a una ingenua cacofonía intermitente, que ha facilitado una operación de asfixia mediática deliberada.
Sin embargo, lo más preocupante es que podemos pasar de las “elecciones del malestar” a una “legislatura del malestar”, como dice López de Lerma. Cita a Lluís Foix, que en una conferencia en Lleida, el pasado septiembre, señaló el peligro que, tras las elecciones, el sentimiento de frustración aumente. “El eje central catalanista de las tres formaciones con más posibilidades de entrar en el Gobierno son irrealizables” decía Foix, porque “la independencia no será en esta legislatura, el concierto económico no lo tendremos esta legislatura y una España federal tampoco”. Añadamos a esto un Parlamento fragmentado en siete u ocho grupos, más o menos “todos contra todos”. Tendríamos, con todas las distancias guardadas, un panorama bastante “italiano”.
Entonces? Entonces, dice López de Lerma y tiene razón, “ha llegado la hora de arrinconar las solemnidades verbalizadas y ponerse a hacer los deberes de verdad, como que Catalunya sea un país de calidad y un país de referencia donde las cosas funcionen aceptablemente bien “. Sería plausible y es necesario, sean cuales sean los resultados del 28N. Ahora: esto exige sensatez, diálogo y respeto entre unos y otros, el reconocimiento que por encima de las diferencias nos une la causa común de Catalunya, su cohesión y preservación, su futuro. Que el nacionalismo español quiere fragmentar la sociedad catalana es evidente. Nos quieren ver exaltados, irreflexivos y divididos, y no los debemos procurar esa satisfacción. Serán necesarios acuerdos de fondos para Cataluña. O malestar o pacto, o pactos, o división y declive. Esta es la verdadera alternativa de la vida catalana de este momento.
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