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Cataluña, un solo pueblo
Publicado por Raimon Obiols | 21 Septiembre, 2010

“¿Pero que narices hace un tío de Iznájar haciendo el paripé en la Diada de Cataluña?” Se lo pedía el otro día un radiofonista de la emisora de Jiménez Losantos, que no escucho, y ahora lo leo en prensa. También veo que añadió: “Ver a Montilla ejerciendo de más catalanista que nadie al frente de la Generalitat es, casi, casi, como ver a un negro al frente del Ku Klux Klan. Ver a Montilla asistir a la Diada es como ver al negro que está al frente del Ku Klux Klan asistir a los actos de conmemoracion del centenario de esa organización criminal y ver como el resto de los militantes se dedican a silbarle al grito de negro de mierda“. El mismo día, leo un artículo de un miembro de la fundación del señor Prenafeta, que escribe que “Montilla es el último político activo que queda del franquismo en Cataluña”.
No se ponen por poco. Los sectores más radicales de los nacionalismos español y catalán están compitiendo en extremismo verbal. Para unos, el presidente de la Generalitat es un “traidor” en España; para los demás, un “charnego”, un “franquista” o un “traidor”, en este caso no en España sino en Cataluña. La lista de los insultos no termina en el actual presidente de la Generalitat. “Los Pujol, los Maragall, los Putosauras (sic), los Duran Lleida, los Ridao, los Obiols, los Mas, los Puigcercós, los Romeva y toda la hilera de liquidadores de sueños, son agentes de la España imperial, al servicio de los más grandes enemigos que nunca ha tenido Cataluña “, acaba de escribir un seguidor de Carretero. Pero es evidente que también Carretero y Laporta corren el riesgo de acabar un día u otro en la lista.
Los extremos a los que algunos han llegado, en el campo de los insultos y de la radicalización de nuestra vida colectiva, empiezan a hacer un cierto miedo. Es evidente que hay gente que quiere recuperar el poder, en España y Cataluña, y que el quiere recuperar al precio que sea, aunque el resultado sea fracturar el país, rompiendo nuestra unidad como pueblo.
El carácter históricamente más positivo del catalanismo ha sido su formidable capacidad de producción de sentimientos de pertenencia común, respetuosos de las identidades de origen. El reto fundamental que se plantea en la Cataluña del siglo XXI consiste en garantizar la continuidad de este sentimiento de pertenencia común de todos sus ciudadanos y ciudadanas, hayan nacido donde hayan nacido y tengan la lengua materna que tengan. De eso hemos dicho la Cataluña crisol: la Cataluña de todos y de todas, una Cataluña de ciudadanos y ciudadanas venidos de todos los horizontes. En la medida que el presidente Montilla representa un símbolo de este proceso, se entienden los motivos de quienes lo atacan y lo insultan. No pueden soportar la unidad civil catalana, la causa común de un catalanismo democrático y plural.
El riesgo que se plantea en la Cataluña de hoy es el de la interrupción de este proceso de unidad civil, con la creación de una fractura de creciente confrontación de identitarismos de signo antagónico (catalanofobia contra hispanofobia), en un marco de disgregación social, cultural y política, de apatía y abstencionismo de la mayoría del electorado.
El asimilismo nacionalista español está apostando activamente por este escenario de confrontación y dispersión. Nadie les debería hacer el juego. Quieren la interrupción del proceso de fusión colectiva de la sociedad catalana, de la “Cataluña de todos”, del “somos y seremos un solo pueblo”. Quieren una fractura comunitaria en Cataluña, con una separación de identidades estáticas y contrapuestas, en la que esperan que la española de matriz castellana acabe convirtiéndose dominante. Hay que estar atentos, en este sentido, a la realidad actual del País Valenciano.
En Cataluña, lo que necesitamos garantizar en todo momento son dos cosas. En primer lugar, mantener un sentimiento ampliamente mayoritario de pertenencia a una misma sociedad común, la unidad civil del pueblo de Cataluña, la conciencia colectiva, la voluntad democrática común, la idenitificación de Cataluña con unos objetivos de convivencia, igualdad y de libertad de todos sus ciudadanos y ciudadanas. Y, en segundo lugar, que este sentimiento de pertenencia común permita que la sociedad catalana vaya estableciendo libremente, sin manipulaciones y divisiones, nuestra identidad colectiva, de forma democrática y pluralista.
Cuando hablamos de federalismo no nos referimos únicamente, ni siquiera prioritariamente, a la necesaria modernización (quizás sería más adecuado decir normalización) plurinacional del Estado español. Nos referimos a la necesidad imperiosa de federarse permanentemente los ciudadanos y ciudadanas de Cataluña en un solo pueblo, cohesionado y libre.
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