« Antoni Castells en Madrid | Inicio | Convención para el Futuro: un llamamiento al debate y a la acción »
Sobre el futuro del catalanismo
Publicado por Raimon Obiols | 27 Junio, 2007

En la discusión que se produce sobre el futuro del catalanismo, me parece que algunos (desde diversas posiciones, del “soberanismo” al “postnacionalismo”) muestran una apreciación del catalanismo como “bandiera di fiesta già trascorsa”, para decirlo con palabras de Salvatore Quasimodo: la bandera de una fiesta que ya ha terminado.
A mí me parece que tenemos fiesta para rato. Eso significa pensar que hay y seguirá habiendo por muchos años una persistencia de la identidad y de la “causa catalana” como realidad de larga duración, que traspasará coyunturas políticas, sucesivos periodos de la vida colectiva, cambios sociales y culturales, evoluciones políticas españolas y europeas, aberturas a la globalización y la interdependencia.
Diciendo eso no hablo de esencias eternas, de conceptos inmutables: hablo de una realidad persistente de muy larga duración. Cataluña cambiará (está cambiando rápidamente) pero su cambiante realidad común va a durar, y con ella persistirá una “causa catalana”, por el simple hecho que los catalanes y catalanas, aunque quisiéramos (y está claro que la mayoría no queremos) no podríamos ser otra cosa. Desapareceremos, vendrán otros, y el hecho vivo de Cataluña y de la realidad concreta de su situación específica (que produce a partes iguales energía y malestar) seguirán suscitando dolores de cabeza, proyectos, esperanzas y frustraciones.
En el juego de “sillas musicales” de la historia, Cataluña se quedó sin silla, sin Estado propio. Podía haber sido un Portugal y se convirtió en cambio en una realidad nacional de larga duración, persistente en sus rasgos comunes de sentimientos y sensibilidades, de actitudes, de símbolos e imaginario, de lengua y prácticas culturales, de formas de vida cotidiana y de mentalidad individual y colectiva. Yo creo que esta realidad ha mostrado tanta persistencia, tanta resiliencia, tanta duración (1), que hay motivos fundamentados para creer que persistirá por mucho tiempo y que se proyectará en el futuro, sean cuáles sean las circunstancias, las correlaciones de fuerza, los cambios, las dificultades, las interferencias, las interdependencias. Eso no implica pensar que todos el miembros de la comunidad compartan un sentimiento unánime y homogéneo de identidad: lo muestran sobradamente todas las encuestas hechas en Cataluña en las últimas décadas. Pero significa que hay un elemento mayoritario, hecho de representaciones colectivas, de cultura, de posicionamientos políticos, que marca la diferencia catalana y que la marcará en el futuro (no es razonable suponer, para poner un ejemplo concreto, que el PP se pueda convertir algún día en el partido mayoritario en Cataluña).
El catalanismo ha sido y es el conjunto de códigos comunes que, en distintos terrenos (no únicamente el político) ha tomado y ha generado conciencia colectiva del hecho catalán, de su voluntad de realización libre y también de su insatisfacción (que puede generar, simultáneamente, proyectos y frustraciones). La energía de este estado de cosas ha generado, a lo largo de nuestra historia contemporánea, los distintos proyectos del catalanismo o, si se quiere, los diferentes catalanismos. Que esta situación sea duradera no quiere decir que sea eterna. Quiere decir simplemente que durará, y que representa un reto, no una renta de situación. Hay innumerables situaciones que muestran que sentimientos y representaciones colectivas que se creían permanentes y universales cambian de una época a otra, y eventualmente desaparecen.
El reto abierto por una crisis del catalanismo ante los nuevos retos de Cataluña se plantea hoy con urgencia. Ferran Mascarell se ha referido a ello recientemente, en un artículo en “El País”. Josep Termes lo ha planteado en términos muy dramáticos: “A lo largo del siglo XX, el catalanismo ha sido la pieza clave de la vertebración en Cataluña. Ha resistido persecuciones y dictaduras. Ha tenido momentos de exaltación y de gloria. Ahora, más que el catalanismo político, es la catalanidad la que está en peligro” (2). En «La Vanguardia», Antoni Puigverd se pregunta si en Cataluña vamos hacia “una nueva decadencia”, evocando los siglos del declive catalán e indicando, respecto a los factores que lo originaron, que “muchos de ellos recuerdan, por analogía, las circunstancias actuales”. Jordi Pujol ha dicho que “el actual es uno de los momentos más difíciles de que hemos vivido durante los últimos cien años”. Podríamos continuar con otras referencias: las tomas de posición alarmadas o pesimistas sobre nuestro presente y nuestro futuro colectivos se multiplican en abundancia. Sólo una mención adicional: el libro “La rectificació”, que tendría que haber generado un amplio debate que de momento no se ha producido. Aún estamos a tiempo.
Es evidente que hay una inquietud catalana, pero no tendríamos que separarla de la que hay también en casi todas las sociedades occidentales (por no hablar del resto del mundo, donde no faltan los problemas y las tragedias). El motivo de este estado de los espíritus es, naturalmente, una realidad que inquieta mucho a todo el mundo con dos dedos de frente: la globalización acelerada, la guerra, el terrorismo, la precariedad laboral y la inseguridad, la incertidumbre de cara al futuro, la exuberancia mediática cada vez más indigerible, de lujo, consumo bulímico, violencia y corrupción (un Dragon Kahn de hedonismo y horror). Es una base más que suficiente para el discurso de la inquietud ante el futuro; y, de rebote, en las sociedades prósperas, para la evocación del riesgo de declive, de decadencia.
Pero la consideración de la etapa actual no se puede resolver con la tópica evocación de un declive histórico más o menos fatal. Hay en nuestras sociedades un conjunto de cambios y problemas que son más inéditos y complejos, más abiertos e interesantes, ante los cuales las analogías históricas no sirven demasiado. Si tuviéramos que usar un término general por designarlos (y los términos generales siempre son peligrosos), más que de “declive” tendríamos que hablar quizás, como hacía Paul Ricoeur, de “déliaison”: un fenómeno general de disgregación social, cultural, política. Bauman no se aleja de este análisis cuando habla de “sociedades líquidas”. En el origen de este fenómeno hay (como causa y efecto al mismo tiempo) una crisis de confianza: se tiende a perder la confianza “en nosotros”, la confianza “en los otros“, la confianza “en el futuro”, la confianza “en la política”, y así sucesivamente.
Todo eso, en Cataluña, tiene mucho que ver con la discusión sobre el futuro del catalanismo. Se trata, también aquí, en el fondo, de una cuestión de confianza. Hablo de confianza, no de fe ciega o esencialista: una confianza racional y razonable (si se quiere, una confianza desconfiada) en algunas cosas básicas; en la persistencia de la realidad catalana, en nosotros mismos, en los otros que vienen a vivir con nosotros, en el futuro, en las posibilidades de una voluntad colectiva, en la política democrática. Dar confianza, otorgarse confianza, es algo gratuito y arriesgado. Es, en nuestro caso, algo estrictamente necesario. En su pluralismo, en su transversalidad, el catalanismo ha sido desde sus orígenes y en sus diversas formulaciones, un movimiento de confianza colectiva. Eso le ha permitido resistir terribles embates (y no pocos errores propios). Convendría que todos juntos hiciéramos un esfuerzo por mantener y, allí donde haga falta, reforzar esta confianza. La necesitamos vitalmente; sin ella no podemos funcionar.
Sobre esta base, aquello que nos hace falta es el análisis concreto de los problemas, de los retos, de las posibles soluciones, de las políticas practicables. Sorprende, en el momento presente de Cataluña, el contraste entre la exuberancia de las inquietudes y la escasez de los conocimientos concretos, la opacidad y la debilidad de los datos, la falta de radiografías y de interpretaciones de las realidades y tendencias concretas. Tendríamos que añadir así, al panorama de la Cataluña inquieta, otro elemento de inquietud adicional: la de los que piensan que los debates sin el apoyo del conocimiento y el análisis concretos de las situaciones y posibilidades reales corren siempre el riesgo de ser poco útiles.
El reto de una innovación fuerte del catalanismo tiene que ser asumido por la izquierda, por todos estos motivos. Si las señales de dirección de la izquierda son la igualdad, la libertad y la voluntad de un progreso común, la izquierda tiene que identificar la realidad específica de Cataluña con un proyecto que avance democráticamente en la dirección a la que apuntan estas señales. Si la unidad civil y la cohesión social son objetivos a perseguir (y si tenemos conciencia de que son objetivos fundamentales porque son objetivos en riesgo), esta identificación se tiene que mantener.
Esta voluntad se tiene que apoyar en el realismo y se tiene que concentrar en una interpretación ajustada de la realidad de Cataluña, de sus potencialidades, de sus contradicciones. En la contradictoriedad interna y externa de Cataluña, sobre todo, con los retos de inteligencia política que ésto plantea. Contradicciones interiores: lingüísticas y culturales, sociales, políticas. Contradicciones externas: con otros pueblos hispánicos, que, cómo señalaba Antoni Castells en una reciente conferencia en Madrid, plantean el interrogante de “cómo es posible levantar con tanta facilidad un clima anticatalán”. Con un Estado que se resiste a las reformas que le son y que nos son necesarias. Con una Europa que mantiene una interlocución casi exclusiva con los Estados, y que se siente incómoda ante la situación específica de la realidad catalana.
La cuestión concreta que se plantea, en estos diferentes campos, es que no hay alternativa a la “mano izquierda” de una política tenaz e inteligente, que mantenga firmes unos objetivos de cohesión y de excelencia internas, y de alianzas y negociaciones externas. Sólo así se pueden evitar las confrontaciones inútiles y las batallas perdidas. Este tiene que ser el objetivo esencial de un “nuevo catalanismo“.
Los ciudadanos y ciudadanas de Cataluña sólo podrán determinar su futuro colectivo si se hace mayoritaria una visión clara de las posibilidades que tienen enfrente. Sólo desde una comprensión de la situación histórica específica y concreta en que se encuentra Cataluña, definiendo las líneas de cambio posibles en los años por venir, podrá desarrollarse un papel activo y determinante de un catalanismo de progreso, renovado, realista e inventivo, común, sin otras divisiones que las propias del legítimo, lógico y necesario pluralismo de las opciones democráticas. Estamos en una nueva situación, en una nueva fase: es la hora de plantearse seriamente un nuevo comienzo.
——————————-
[1] Quizás valen aquí estas reflexiones de Fernand Braudel: “À chaque époque, une certaine représentation du monde et des choses, une mentalité collective dominante anime, pénètre la masse entière de la société. Cette mentalité qui dicte les attitudes, oriente les choix, enracine les préjugés, incline les mouvements d’une société est éminemment un fait de civilisation. Beaucoup plus encore que les accidents ou les circonstances historiques et sociales d’une époque, elle est le fruit d’héritages lointains, de croyances, de peurs, d’inquiétudes anciennes souvent presque inconscientes, au vrai le fruit d’une immense contamination dont les germes sont perdus dans le passé et transmis à travers des générations et des générations Les réactions d’une société aux événements de l’heure, aux pressions qu’ils exercent sur elle, obéissent moins à la logique, ou même à l’intérêt égoïste, qu’à ce commandement informulé, informulable souvent et qui jaillit de l’inconscient collectif. Ces valeurs fondamentales, ces structures psychologiques sont assurément ce que les civilisations ont de moins communicable les unes à l’égard des autres, ce qui les isole et les distingue le mieux. Et ces mentalités sont également peu sensibles aux atteintes du temps. Elles varient lentement, ne se transforment qu’après de longues incubations, peu conscientes, elles aussi”.
[2] A “El catalanismo, motor del país”, Centro de estudios Jordi Pujol, 2007.
Categorias: General, Política catalana | Sin Comentarios »