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Michel Rocard: Más allá con la izquierda
Publicado por Raimon Obiols | 6 Abril, 2010
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Un artículo interesante de Michel Rocard que publica el Nouvel Observateur de esta semana:
Vivimos en un momento de una atonía intelectual sorprendente. Una devastadora crisis financiera y económica afectó en 2008 a todos los países desarrollados. Aún nos encontramos en ella, el crecimiento no vuelve, el desempleo sigue aumentando. El ir haciendo político también continúa: la izquierda en campaña electoral pide una política más activa de empleo y una limitación de las bonificaciones y de las retribuciones bancarias, sin avanzar ningún análisis de esta crisis y sin percibir hasta qué punto ésta exige un cambio profundo de sociedad, sin el cual nos amenaza un verdadero caos por mucho tiempo.
Es urgente tener en cuenta la gravedad y profundidad de la crisis, señalar el fenómeno de la financiarización como la principal causa de los recientes acontecimientos, recordar el endurecimiento de las relaciones sociales, denunciar la locura y escándalo de los mega-salarios de la banca de hoy en día.
Pero debemos ir más allá y analizar hasta sus cimientos la evolución macroeconómica y no sólo financiera. Además, no sirve de nada analizar la crisis como un fenómeno internacional y plantear las respuestas políticas en un horizonte nacional. Jacques Julliard dice que “no hay que esgrimir el estándar complaciente de la globalización para hacer pasar faudulentament la ilusión neoliberal. El argumento internacional no debe ser un impedimento“. Naturalmente. Pero es necesario que nos entendamos. Por ejemplo, a mí no me gusta mucho la fórmula “rechazar la sumisión a las leyes del mercado“. Gran parte de la población mundial vive en una economía de mercado y nosotros, socialdemócratas, hemos decidido permanecer en él desde 1947, porque garantiza la libertad fundamental de los ciudadanos-consumidores. Cuando, como es claramente el caso en la actualidad, las leyes del mercado producen y amplifican derivas insostenibles, el problema no es de sustraerse sino de modificarlas, de saber cómo y con quién, para estar sometidos a leyes menos injustas, pero que seguirán siendo de mercado.
Regulación
Tres observaciones aún, antes de llegar a la propia crisis. La denuncia de la globalización tiene algo, me parece, de encantatoria. La globalización es una tendencia de la humanidad: comienza con Colón y Magallanes, continúa a lo largo de la la historia hasta el punto que el gran porcentaje de la producción mundial que en 1913 representaba el comercio internacional, un 20%, debilitado por dos guerras y una gran crisis, sólo se recuperó en 1980, para retomar su crecimiento. Esta propensión de la humanidad ha sido fuertemente alentada por las revoluciones tecnológicas en el transporte de mercancías y personas, y aún más por la transmisión de información, que se ha convertido en instantánea. Y también por las decisiones de los Estados, abriendo cada vez más su comercio y los movimientos de capitales. El problema es que esta globalización no ha sido regulada en absoluto. Así pues, es la ausencia de regulación lo que hay que hacer frente y no a la propia globalización.
Segundo punto: el hecho de pasar del análisis de la crisis en clave mundial a una respuesta política nacional sólo conduce a grandes errores. Como por ejemplo este del amigo Julliard: “A nivel político nacional, la ‘segunda izquierda’ (…) representa una vía desfasada“. La frase es extraña en este período histórico, cuando apenas estamos empezando a registrar los resultados de la victoria intelectual completa de la llamada “segunda izquierda” frente a la izquierda jaconina de patués marxistizado y obsesionada por la economía administrada, como lo muestra la excelente nueva Declaración de Principios aprobada por el PS francés hace dos años. La “segunda izquierda” fue un intento de construir en Francia una verdadera socialdemocracia, donde nunca ha existido. Cuando Julliard escribe que la “segunda izquierda” “se dio como tarea la modernización económica y cultural de Francia, gracias a la participación de la sociedad civil en la decisión política“, dice la verdad. De hecho, es la misión temporal que había dado la socialdemocracia internacional durante los “treinta (años) gloriosos”, un período de capitalismo regulado, que consiguió el pleno empleo y requería, en la jerarquía de los ingresos, una crítica social mucho menos radical que la que tenemos que formular hoy. Que la socialdemocracia internacional, con su componente francés de la “segunda izquierda”, se ha estancado es obvio, pero esto no entierra una amplia tendencia histórica a la que también Julliard identifica, cuando escribe que “El futuro pertenece a una socialdemocracia de combate“. Y estoy encantado de que Jean Daniel, citando Albert Camus, abogue por un “reformismo radical“. En eso estamos de acuerdo.
Pero esta cuestión me inspira una última observación de vocabulario. Las palabras son importantes: hay que ser preciso en estos debates. No creo que sea bueno calificar la fase actual de “neocapitalismo”. La demolición sistemática de los mecanismos reguladores de los “Treinta gloriosos”, la privatización y la desregulación que le han acompañado constituyen una regresión, un retorno a una mayor brutalidad social del capitalismo que es francamente mucho más “paleo” que “neo”. Ya que debe ser llamada, la palabra capitalismo, por sí sola, sería suficiente. También puede ser bautizada con el nombre de la doctrina que le ha proporcionado a sus grandes paradigmas, el “monetarismo”, por lo que cualquier equilibrio de mercado es óptimo y no es conveniente que el Estado intervenga para modificar su contenido social o medioambiental . O aún “ultraliberalismo” o “hiperliberalismo”, para recalcar que la característica actual del capitalismo es que no conoce ni normas ni límites, porque se libra de la idea que está en la ley a quien corresponde definir sus límites. Se emparenta más así a la ley de la jungla que a la libertad. Estrictamente hablando, no es liberal, y es esencial no confundirse en eso.
Robo calificado
He escrito en varias ocasiones a partir de 2007, antes de la crisis, anunciando que vendría necesariamente, y después sobre sus factores esenciales. Recapitularé aquí sólo las grandes articulaciones para no cansar.
En 1971, el mundo salió de los cambios fijos característicos de los “Treinta Gloriosos“. A partir de aquí, se ha pedido al sistema financiero que invente un seguro contra los cambios repentinos de cambios y precios. Los instrumentos concebidos para esta ocasión se han convertido en productos financieros autónomos que, por codicia, han especulado masivamente. No hay ninguna utilidad económica o social en que circulen productos derivados separados de cualquier contrato económico real. Del mismo modo, la titularización de préstamos incobrables mezclados con préstamos sanos se puede calificar propiamente de robo calificado. Ante esto, se necesitan tratamientos y controles específicos. Oponiéndose a estas dos necesidades, la profesión bancaria internacional ha puesto de manifiesto tanto su amor inmoderado por el lucro y su desprecio por los equilibrios financieros que tiene por misión preservar. Pero este no es el corazón de la crisis. El gran asunto es que estos dramas financieros han golpeado economías desarrolladas ya enfermas, de hecho completamente anémicas. Desde 1990 aproximadamente, todo el mundo desarrollado tiene dificultades para encontrar apenas la mitad de su crecimiento de los “Treinta gloriosos” y tiene amplias crisis financieras devastadoras, regionales o mundiales, aproximadamente cada cinco años. Pero el drama principal afecta al empleo. Los parados, los trabajadores precarios y los pobres (es decir, adultos válidos excluidos del mercado laboral) representan una cuarta parte de la población en todos los países desarrollados. Esta situación se alarga desde hace más de quince años. Si la palabra crisis tiene un sentido, es evidentemente en relación con el paro y la precariedad. Todo lo demás es de segundo orden.
La razón principal de esta evolución es el cambio gradual de la estructura accionarial. Débil y desorganizada, pesaba poco durante los “Treinta gloriosos“. Pero entre 1970 y 1990, se organizó poderosamente primero bajo la forma de los fondos de pensiones y, a continuación, en los fondos de inversión y los fondos de cobertura o “hedge funds“. Presentes actualmente en todas las empresas multinacionales, estos representantes de accionistas no tienen ni respeto ni conocimiento de las empresas en las que penetran, sino que simplemente exigen el dividendo máximo inmediato. La forma principal de sus presiones es la externalización, la desviación en el exterior de la empresa y de su red de filiales de todas las tareas y de todos los personales de calificación media, débil o nula y de bajo o nula que no son estrictamente necesarios para el mantenimiento de la calidad del negocio principal. Es este debilitamiento económico mayor de una cuarta parte de nuestras poblaciones lo que explica el debilitamiento del consumo, y es la clave del descenso general del ritmo de crecimiento desde hace veinte años.
Es de esta situación que hay que salir poco a poco. Hasta ahora, nadie ha hecho nada serio para impulsar la demanda y reducir el desempleo, y todo se ha limitado a combatir el riesgo de colapso del sistema financiero internacional mediante el uso de la garantía pública, es decir, los contribuyentes. Estos, han proporcionado benévolamente una garantía por más del 70% del valor del PIB en Estados Unidos y Gran Bretaña y del 36% en la Unión Europea. Reforzados por este rescate y por la desaparición de muchos de sus colegas, los bancos restantes han vuelto a ser florecientes y están ganando la batalla contra cualquier reforma significativa del sistema. Vuelven a empezar “como antes“. Las burbujas y las especulaciones desmesuradas volverán, como lo demuestra la remuneración de los traders, que tiene una significación de anuncio. Los choques de las finanzas continuarán, pues, golpeando unas economías cada vez más anémicas.
Socialdemocracia
No se puede tratar esta situación sin abordar sus elementos estructurales. No volveré aquí a hablar de las finanzas. Se ve bastante bien lo que hay que hacer – la prohibición de productos derivados no surgidos la economía real, un aumento mayor de las tasas de seguridad y controles más detallados – pero falta la correlación de fuerzas políticas para hacerlo. Hay una convergencia precisa de los programas políticos de todas las fuerzas de izquierda. La socialdemocracia tiene aquí una tarea inmensa, que en sus estados mayores internacionales se ha identificado.
En el corazón del problema – el desempleo y la precariedad – Michel Aglietta, ha dicho en repetidas ocasiones que habría que volver a la indexación de los salarios a la productividad. Creo que tiene razón. Pero la tarea es difícil para las fuerzas sindicales paralizadas por el desempleo. Hay, me parece, un ángulo de ataque suplementario donde el legislador – Europa tendría aquí si tuviera la voluntad el peso necesario – podría aportar una importante contribución a esta lucha: es el estatuto de la la empresa.
Porque la empresa no existe en el derecho contemporáneo, que sólo reconoce la sociedad de capitales. Pero en tanto que comunidad de hombres y mujeres que viven del mismo proyecto económico, la empresa es la gran víctima de la evolución en curso. Los accionistas son ajenos a la empresa que sólo tratan de exprimir. Sólo son para ella proveedores de capital y debe seguir siéndolo, su remuneración no tiene necesidad de ir acompañada de un poder de decisión que debe pertenecer a aquellos cuya suerte depende de la empresa. Los empleados en los consejos de administración, fue en otros tiempos un sueño revolucionario. Ahora se ha convertido en una condición de supervivencia del sistema. Por supuesto, esto tomará tiempo, esta es la condición de cualquier proyecto de cierta magnitud. Pero no veo escapatoria.
Hay más. Detrás de este comportamiento contemporáneo de los accionistas, detrás de las derivas morales y profesionales de las finanzas, detrás de las super-remuneraciones inadmisibles, sin ningún vínculo con el trabajo, el riesgo o la responsabilidad, de muchos grandes empleadores se esconde apenas una apoteosis de codicia. Las virtudes del capitalismo puritano descritas por Max Weber han desaparecido. Calvino, que predicaba la frugalidad pero legitima el préstamo con interés y alentó el acceso a la riqueza, a condición de que fuera reinvertertida o redistribuida, está totalmente olvidado. He creído por mucho tiempo, como todos los verdaderos socialdemócratas, en el capitalismo regulado. El capitalismo global se ha liberado de toda regulación. Se ha convertido mortalmente inestable. Y creo que no es pertinente un diagnóstico a medias.
Todo esto es global. Es urgente convencer a los chinos y los indios antes de que se sumerjan en las delicias y brutalidades del capitalismo puro y duro. Es interesante observar que los países de finanzas islámicas no han caído en las locuras de los derivados porque su religión se lo prohíbe.
Però tot comença per nosaltres, en el món desenvolupat. Pero todo comienza por nosotros, en el mundo desarrollado. Però hi ha manca de projecte revolucionari tant per raons de cultura com de correlació de forces. Pero hay falta de proyecto revolucionario tanto por razones de cultura como de correlación de fuerzas. No hi ha altra via que no sigui un llarg camí de reformes, pas a pas, internacionalment convergents. No hay otra vía que no sea un largo camino de reformas, paso a paso, internacionalmente convergentes. L’essencial és, doncs, primer una comunitat de diagnòstic, i després la convergència i la concreció dels programes polítics a tot arreu. Lo esencial es, pues, primero una comunidad de diagnóstico, y después la convergencia y la concreción de los programas políticos en todas partes.
Batalla planetaria
Por cierto, me ha dado miedo leer en un escrito de Jacques Julliard que “la izquierda no debe ser representada en la elección presidencial por un representante del ‘establishment’ financiero“. Ha negado que se trate de Dominique Strauss-Kahn. Bien. Presumiblemente el papel de un socialdemócrata competente y auténticamente regulador es más importante al frente del FMI que de un país de segundo orden en estos temas, como es Francia. Pero es una cuestión de supervivencia de la humanidad recuperar el control de la política sobre las finanzas y llevar éstas a la función de la que nunca deberían haber salido, la de proveer de servicio financiero a la economía. La lucha de clases – hay terminologías la pertinencia de las cuales es eterna – pasando hoy entre los especuladores y los reguladores, y que Julliard no se equivoque, el marcador de los conflictos reales es este. Creo que es más importante ver a Strauss-Kahn ganar su batalla que ha comenzado mal, que no verlo regresar a Francia. Pero tratándose de nuestro país, al menos estoy seguro de que no podemos permitir ofrecernos como presidente alguien que sea incompetente en este reto central de la batalla.
Al final, será necesario que vayamos hasta el fondo del tema. La ecología nos dice ya hoy de manera clara que es insensato, y sobre todo peligroso, buscar las fuentes y las formas de un nuevo crecimiento, si no están hechas de productos durables, biodegradables allí donde sea posible, reciclables en todo caso, y producidos con energías no contaminantes. Esto ya es esencial, un criterio básico para elegir las opciones de hoy. Pero la ecología dice mucho más aún. Incrimina el volumen de nuestro consumo, que es consumo de recursos, incrimina nuestro frenesí competitivo, nuestro olvido del significado del tiempo de larga duración.
Los emergentes de hoy no tienen lugar en nuestra avidez consumidora. Habrá que saber poner límites a la concurrencia, fijarse le zonas prohibidas. Después de todo, la felicidad de los hombres está hecha de arte, de cultura, de deporte, de fiestas, de amistad, de relaciones interpersonales, de expansión familiar, todas ellas cosas que en la práctica real consumen pocos recursos y casi ninguna energía. La batalla planetaria de hoy consiste en volver a dar cabida a todo esto en nuestras vidas, a costa de lo que es cuantificable y que hay que limitar. Un magnífico símbolo de este reto es la batalla por el tiempo libre. Es un contrasentido de civilización que cuando por una coyuntura local aparece una posibilidad de más trabajo este se confíe a los que ya tienen, en vez de participar en la disminución media regular del esfuerzo humano, como ya había anticipado Keynes.
No hay un proyecto de sociedad que no sea mundial, y la crisis global de hoy en día tiene la virtud de hacernos visibles las directrices. Nuestro despertar político depende de la alineación de la izquierda con esta causa. La parte nacional del programa de una civilización más serena, armoniosa y equitativa no será entonces difícil de escribir.
Michel Rocard , Plus loin avec la gauche , Nouvel Observateur, 1 d’abril de 2010 Michel Rocard, Plus loin avec la gauche , Nouvel Observateur, 1 de abril de 2010
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