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Unión por el Mediterráneo, una clarificación necesaria
Publicado por Raimon Obiols | 12 Noviembre, 2009

Desde su inicio, la Unión por el Mediterráneo (UpM) ha sido noticia sobre todo por las dificultades que encuentra en su puesta en marcha. Los problemas se deben, en primer lugar, al conflicto Israel-Palestina. Sin embargo hay otras razones también, de carácter intrínseco, que derivan de la complicada gestación del proyecto de la UpM y de su propia concepción estratégica. Es necesario un debate que intente clarificar dos cuestiones: la relación entre el proyecto UpM y el conflicto Israel-Palestina y las perspectivas de desarrollo del proyecto UpM.
Se dice que la UpM está paralizada por el conflicto Israel-Palestina. Es verdad pero no es toda la verdad. La realidad es que su trayectoria es intermitente, espasmódica. Quedó “institucionalmente suspendida” a demanda de los países árabes en signo de protesta por la intervención armada de Israel en Gaza, en invierno de 2008. Kouchner señaló en mayo de 2009 que la UpM “estaba bloqueada”. Sin embargo, el 25 de junio tenía lugar en París una primera reunión ministerial sobre desarrollo sostenible, a la que asistieron junto con sus homólogos, el ministro israelí de medio ambiente, Gilad Erdan y el ministro de economía de la Autoridad palestina, Bassem Khouri. La prensa resaltó el carácter en cierta medida “apolítico” de la reunión, que aparcó los elementos de conflicto y abordó cuestiones de gestión del agua, transportes o desarrollo urbano. El 7 de julio, los ministros de Finanzas de los países de la UpM se reunieron en Bruselas, al igual que un comité de altos representantes. La UpM parecía salir del túnel y no faltaron declaraciones triunfalistas. Henri Guaino dijo en Le Monde: ”Il y a quelques mois, personne n’aurait parié sur nos chances de parvenir à monter une réunion de ce genre. Elle dément ceux qui veulent toujours que tout échoue. On peut dire que l’UPM est relancé“.
Pero el relanzamiento fue efímero. La reunión de ministros de relaciones exteriores, convocada para finales de noviembre en Estambul, fue aplazada sine die. Según declaró Kouchner, “renunciamos (a celebrar la reunión) porque el ministro egipcio se negaba a reunirse con su homólogo israelí“. Distintas fuentes diplomáticas señalaron lo evidente: los países árabes rechazaban todo encuentro cara a cara con Avigdor Lieberman.
Entre tanto la puesta en marcha de las estructuras y proyectos de la UpM quedaba casi totalmente en stand by. Se decidió establecer la sede del Secretariado en Barcelona, pero el nombramiento de su primer secretario general sigue en el aire. Existe también malestar (Bélgica lo ha expresado recientemente) a propósito de las copresidencias más allá de las presidencias semestrales de la Unión y a ello se añade una cierta desmejora de las relaciones franco-egipcias. Hay una indefinición en la concreción de los proyectos y las previsiones de financiación son imprecisas. Las cuentas no salen. Se ignora el grado de compromiso y el alcance de la aportación del BEI y Alemania ha indicado que la UpM no podrá beneficiarse de un presupuesto europeo suplementario al del proceso de Barcelona. El partenariado público-privado depende, evidentemente, de la coherencia y continuidad del proyecto general.
Esta situación es de una cierta gravedad. Hay un contraste tan grande entre las intenciones proclamadas y los resultados efectivos que, si no se produce un cambio de orientación y de métodos, podría llegarse a una exasperada frustración. De hecho, desde su misma concepción, la UpM se enfrenta a una cuestión determinante y aún irresuelta: ¿Depende su funcionamiento del conflicto Israel-Palestina, o debe desarrollarse de modo autónomo?
Dicho de otro modo: ¿Es razonable esperar al fin del conflicto para desarrollar una política euromediterránea ambiciosa, teniendo en cuenta la importancia y la urgencia de los demás problemas mediterráneos?
El diseño de la política euromediterránea surgida del Proceso de Barcelona (1995) y desarrollada con la Política de Vecindad (2004), permitió superar en buena medida este dilema. Se trataba de un proceso de desarrollo progresivo de un amplio network regional (vía Acuerdos de Asociación y Planes de Acción entre la UE y los distintos países del sur y del este del Mediterráneo) que garantizaba su continuidad. Sin embargo, la propuesta de UpM volvió a colocar de nuevo la cuestión del Próximo Oriente (agravada por las divisiones palestinas y, sobre todo, por el ataque militar israelí en Gaza) como el nudo determinante e irresuelto de las políticas mediterráneas.
La razón se encuentra en el planteamiento contradictorio de la iniciativa de la UpM, que apareció ya en todas las vicisitudes de los primeros momentos (los problemas con Alemania, Turquía, etc.). Hay que proceder, en este sentido, a una necesaria clarificación conceptual, en lo que se refiere al planteamiento, y a una modificación, eminentemente práctica, en lo que se refiere a la concreta manera de hacer las cosas.
El diseño de Sarkozy ha sido muy paradójico. Implicaba plantearse, al mismo tiempo, dos objetivos contradictorios: por un lado, una “despolitización” que amortiguaba el discurso de las reformas democráticas y de los derechos humanos en la región y ponía todo el énfasis en una estrategia “funcionalista” (una “unión de proyectos”); y, al mismo tiempo, una potente “institucionalización” con su consiguiente centralización.
En su discurso de Tánger sobre la UpM, en octubre de 2007, Sarkozy evocó el funcionalismo de Jean Monnet y comparó el proyecto de la UPM con el de la CECA que puso los fundamentos de la futura UE. Pero al mismo tiempo se proponía una institucionalización al máximo nivel político, cómo se puso espectacularmente de relieve en la ceremonia de constitución en París, que ha levantado críticas retrospectivas por sus fastos.
Del protagonismo operativo de los funcionarios, expertos o embajadores, se pasaba al de los jefes de Estado y de gobierno. Ello tenía sus ventajas pero también sus servidumbres. Cómo dijo Dominique Baudis, presidente del Institut du monde arabe: «C’était une erreur de lancer le processus de Barcelone simplement à un niveau ministériel. Quand l’initiative est prise au niveau des chefs d’Etat et de gouvernement, l’impact politique est plus fort.» Ciertamente. Pero correlativamente se incrementan su vulnerabilidad y su dependencia de los factores aleatorios de la coyuntura política, como ha mostrado el carácter espasmódico y errático de la trayectoria de la UpM hasta el momento.
En esta situación de un preocupante impasse de la UpM, algunos optan por la huida hacia adelante, por la polémica. Es el caso de Guaino, que ha escrito: « L’Union pour la Méditerranée est un combat. Ce combat nous le mènerons, jusqu’au bout! C’est un combat juste. C’est un combat nécessaire. Ceux qui sont responsables de l’échec de Barcelone sont les plus mal placés pour donner des leçons ». Una discusión retrospectiva sería absurda: hay que partir de la realidad actual (la puesta en marcha de la UpM con sus dificultades y contradicciones). Pero es urgente discutir los cambios y modulaciones necesarios de cara al futuro. Hay que ponerse de acuerdo en una determinada forma de hacer las cosas, en las que huidas hacia adelante al estilo Guaino ayudan muy poco.
Frente a las urgencias simultáneas del conflicto israelo-palestino y de los retos generales del Mediterráneo no hay que crear una falsa alternativa. No sería ni justo ni lúcido hacer abstracción del conflicto entre Israel y países árabes: es indiscutible que la política mediterránea sólo podrá evolucionar en función de lo que suceda en el Próximo Oriente. Pero se trata de impulsar esta evolución de tal manera que no se paralice la política euromediterránea, no se generen frustraciones adicionales, y se puedan crear los nuevos instrumentos y proyectos de cooperación en el Mediterráneo como aportación positiva a un conflicto que la UpM por sí sola no no puede resolver, pero que puede ayudar a resolver. El avance de los futuros proyectos de la UpM no son un obstáculo a una solución de los conflictos en el Próximo Oriente sino todo lo contrario.
Durante el primer año y medio de trayectoria de la UpM ha sobrado retórica y han faltado profesionalidad y sentido común. ¿Seremos capaces de superar esta situación? La situación del Mediterráneo lo exige. El necesario relanzamiento de la UpM deberá ser obra de todos, y quienes ocupan la escena harían bien en adoptar una mayor modestia y un mayor compromiso de clarificación y concreción.
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