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Los atentados del Magreb

Posted By Raimon Obiols On 17 Abril 2007 @ 20:49 In Mediterráneo | No Comments

El martes pasado, en Casablanca, cuatro terroristas y un policía morían, y diversas personas eran heridas, en una operación destinada a impedir unos atentados suicidas. Al día siguiente, en Argel, unos atentados reivindicados por Al-Qaeda causaban 33 muertos y más de 200 heridos. Aún después dos suicidas se inmolarían en Casablanca. No han faltado, a continuación, las voces de los que repiten: “ya os lo habíamos dicho, ya os habíamos avisado”, etc. En eso (y no sólo en eso) coinciden los fundamentalistas del islam y los del campo neoconservador occidental.

Vivimos unos años en los que abundan las profecías. Especialmente, la del “choque de civilizaciones”. Se ha llamado – y es cierto – que puede tratarse de una (cómo dicen en inglés) “self-full-filling prophecy”: una profecía que se auto-realiza. Ponemos un ejemplo: una persona dice a otra: “morirás hoy mismo” y a continuación le dispara un tiro. La profecía se ha verificado, se ha auto-realizado. La cuestión que se plantea, sin embargo, es la siguiente: ¿estamos ante un profeta o un asesino?

Naturalmente, si se tiene el poder y la falta de escrúpulos adecuados (para disparar, hacer un atentado, desencadenar una guerra) se tiene más posibilidades de acertar como profeta. Los “neocons” armados o los fundamentalistas violentos que hablan del “choque de civilizaciones” (como si se tratara de un inevitable destino fatal del siglo XXI) tienen más posibilidades de acertar sus pronósticos que los bien intencionados partidarios de la “alianza de civilizaciones”. Sobre todo si entre todos dejamos que los primeros actúen, y no hagamos gran cosa para ayudar a los segundos.

Hay que actuar contra las profecías apocalípticas que pretenden “auto-realizarse”. No hay bastante con lamentarse. Si te anuncian un puñetazo, tienes que hacer el posible para detenerlo. Si hay atentados terroristas, tienes que hacer todo lo posible para impedirlos, castigarlos y erradicar las coartadas. Si hay guerras, tienes que hacer todo lo posible para acabarlas. En la mayor parte de las ocasiones, éste tiene que ser un esfuerzo político. Por eso, en unos momentos en los que se habla mucho de “crisis de la política”, hay que afirmar que vuelve la política, la necesidad de la política, quizás con más urgencia que nunca.

Miramos, por ejemplo, la situación en el Magreb. Uno de los efectos más temibles de los trágicos acontecimientos de estos días puede producirse en el terreno económico y, de rebote, en la evolución política de la región. El año 2006 fue un año relativamente positivo en su macroeconomía (8,1% de crecimiento en Marruecos, 5,8 en Túnez, 4,8 en Argelia sin contar los ingresos de los hidrocarburos). El problema es que se necesita estabilidad y reformas políticas acertadas para hacer frente al problema de la pobreza y las desigualdades. Un Magreb más inseguro tendría dificultades adicionales para abrirse a la democracia, atraer inversiones, expertos y turismo, y emplearía más en seguridad y en gastos militares, en detrimento de la inversión productiva y del crecimiento. Este tema es importante: un estudio de la OCDE afirma que un aumento de los gastos de seguridad del 1,5% del PIB se traduce, al cabo de cinco años, en una baja de la producción del 0,7%.

Es precisamente eso lo que buscan los fundamentalistas violentos. Deteniendo las posibilidades del crecimiento y de las reformas democráticas, manteniendo o agravando los problemas de la desigualdad y de la miseria, pretenden abrir el campo de posibilidades de una confrontación radical y violenta.

El problema es que en el campo de los “cruzados” occidentales hay quienes les hace el juego, y no solamente la administración Bush en Iraq: Al-Qaeda reclama Al Andalus al mismo tiempo que, simétricamente, el señor Aznar exige que el islam se excuse porque invadió España durante siete siglos.

Contra los “profetas” de un campo y del otro, hay que construir la acción tenaz de los que no creemos en profecías sino en proyectos. Con la preocupación de ver cómo aumentan la deriva hacia la barbarie, pero también con la fuerza de saber que la mayoría de nuestros pueblos quiere la paz y la libertad. Y con la exigencia de políticas concretas de desarrollo y justicia social que permitan ir erradicando los yacimientos de odio que explotan hoy tanto a los fundamentalistas violentos como a los “cruzados” neoconservadores de occidente.

Raimon Obiols


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