« Datos del Parlamento europeo | Inicio | Bravo, Castells! »
Michel Rocard, la crisis y el voto de los europeos
Publicado por Raimon Obiols | 6 Julio, 2009

Me ha interesante tanto el artículo, lúcido y pesimista, que Michel Rocard ha publicado en Le Monde sobre la crisis, y de rebote sobre el resultado de las últimas elecciones europeas, que me he precipitado a traducirlo (demasiado deprisa por lo que me excuso). Desde mi punto de vista es el mejor de los análisis publicados últimamente, en un periodo en que los artículos y comentarios sobre la crisis se multiplican y se repiten. No os lo perdáis; es largo pero vale la pena. Aquí lo tenéis:
Los europeos han votado para que la crisis continúe
por Michel Rocard
Hay alguna cosa sorprendente en el estado actual del debate sobre la situación económica. Todo el mundo da por hecho que hay crisis. El debate se refiere al hecho de saber si “se ha tocado fondo” y se organiza en torno a la fecha probable de una eventual recuperación, en otoño o en 2010. ¿Al fin y al cabo, por qué no? Lo que sorprende es el contenido: se nos presentan confrontaciones de pronósticos de expertos sobre los periodos, pero casi ninguna información factual que permita hacerse una idea sobre el hecho de saber si estamos o no saliente de la crisis.
Esta constatación comporta algunas excepciones con respecto al campo de las finanzas y de la banca. Los hechos son patentes: los bancos dominantes se han restablecido más o menos, ya no se teme bancarrota mayor en este sector, la transmisión de la quiebra por contagio parece, en la opinión general, desempleada. La confianza interbancaria está pues en vías de restablecimiento lento, cosa que es, naturalmente, una de las condiciones de la recuperación.
Parece que también hay acuerdo sobre la razón mayor de este resultado positivo. Los poderes públicos, contrariamente a la crisis de 1929-1932 donde su tontería acumulativa lo había agravado todo, ahora han actuado con rapidez, convergencia intelectual y considerable potencia. Si el contribuyente no pagará todo de este esfuerzo, de todos modos es él, en su infinita benevolencia, quién ha suministrado a la garantía y asumirá finalmente una parte significativa de la carga. No es evidente que esta salida plantee a la profesión bancaria un problema ético considerable.
La impresión que se acaban las tensiones y hay una reanudación parcial de la actividad es tan clara en este sector, que la profesión bancaria, un poco por todas partes, ha emprendido activas campañas para evitar los controles que se plantean, y conservar la posibilidad de pagar remuneraciones extravagantes a sus dirigentes y traders. La extraña atmósfera de salida de la crisis, alimentada conjuntamente por los gobiernos, los banqueros y la prensa, contribuye en gran medida a minimizar la importancia de los problemas.
Así, la City ha contribuido a una ofensiva, estas semanas pasadas, para desestabilizar a Gordon Brown, el primer ministro británico, culpable de querer, un poco demasiado nítidamente, poner orden en el sistema. Y el presidente americano Barack Obama está confrontándose visiblemente con sus banqueros y senadores por el mismo asunto. El debate es menos virulento en Francia y en Alemania, pero es de igual naturaleza.
La precariedad del trabajo
Parece que en total todo se orienta hacia mantener – ¿ligeramente? – a distancia los paraísos fiscales, a hacer discursos simbólicos sobre las remuneraciones, y hacia el statu quo, el mantenimiento de lo que existe con respecto a los productos derivados. Si éste es finalmente el caso, se habrá mantenido el sistema preservando también, a la vez, a sus potentes factores de inestabilidad.
El detonador financiero podrá saltar una vez más en algunos años. Al fin y al cabo, desde hace aproximadamente veinte años, el mundo conoce una crisis financiera grave más o menos cada cinco años … De eso a intentar reducir el volumen insensato de la actividad financiera con respecto al de la producción, de eso a intentar trabar la codicia colectiva que ha hecho derivar la esencia de esta profesión hacia la inmoralidad, hay un paso que uno se guarda bien de dar. Y volvemos a empezar.
Pero no es seguro de que lo más grave sea eso. Las economías desarrolladas están más o menos todas en recesión en este momento. Más que una recesión, que puede ser breve, es la situación del desempleo que justifica el uso generalizado de la palabra crisis. Ahora bien, en este ámbito, los ritmos actuales de aumento del desempleo son espantosos y las perspectivas muy inquietantes.
Y sin embargo en este frente, el de la debilitación del consumo, el elemento mayor es menor el desempleo que la precariedad del trabajo. En este sentido, todas las economías desarrolladas alcanzan desde hace más de quince años unos porcentajes de trabajadores precarios comprendidos entre un 15% y un 20%. Los precarios consumen tan poco como pueden. Por todas partes, la crisis reciente está agravado su número.
Pero curiosamente las estadísticas oficiales y los gobiernos son muy discretos sobre este punto. Se sigue mal la variación. Se sabe sin embargo que hoy en Norteamérica, en Europa y en Japón más de una cuarta parte de la población se encuentra, o bien, en situación precaria, desempleada o en la pobreza. Una cuarta parte: 70 millones de personas en Europa, entre 40 y 50 en Estados Unidos, sin duda unos treinta en Japón; es evidentemente masivo respecto al dinamismo del consumo.
De hecho, en unos treinta años, es decir lentamente, la parte de los salarios y de los ingresos de protección social en los P.I.B. respectivos han disminuido entre un 7% y un 10%. Hay quien discute este indicador, a causa de la débil legibilidad del periodo de referencia y de las diferencias de la forma de cálculo en un país o el otro. Pero queda el hecho que demasiados parados, precarios y pobres es conocida, y es lo que explica un serio paro de la velocidad de crecimiento del consumo.
Se comprende mejor en cuanto, si el capitalismo desarrollado ha conocido en el conjunto de la tríada Norteamérica, Unión Europea y Japón, un crecimiento medio de 4,5% a 5% entre los años 1945 y 1970, se empeñara ahora (antes de la crisis) a intentar encontrar en un 2,5% a un 3% de crecimiento sin verdaderamente conseguirlo.
En la medida que el indicador de la crisis es el mercado del trabajo, la crisis es en principio eso. Esta situación da cuenta del hecho que el detonador financiero (alza de precio de las materias primas ligadas a los productos derivados, después subprimes, después cadena de bancarrotas) ha golpeado unas economías que se habían convertido en anémicas, y en consecuencia sin resiliencia. De esta situación, nadie habla y nadie emite la intención de llevar remedio. Ahora bien, el fondo de la crisis es éste.
Salir no es fácil. Impulsar exclusivamente el consumo no tiene demasiado sentido: se importaría más, sobre todo de China y de India. Es mediante la inversión que el ciclo virtuoso tiene que ser recebado, y sobre todo mediante la inversión en energías renovables, en técnicas y productos biológicos. Es este arranque el que podrá después arrastrar el poder adquisitivo y que el consumo acabe al alza.
Ahora bien, la inversión en la industria, los servicios, e incluso la agricultura y en el sector agroalimentario, está gravemente trabada por dos razones. Primero, todas las empresas importantes del mundo desarrollado han visto como en uno o dos años sus activos financieros perdían una buena mitad de su valor; la reducción de los fondos propios asfixia evidentemente las posibilidades de inversión. Segundo, el enderezamiento relativo y precario del mundo bancario se acompaña evidentemente de una restricción draconiana de las condiciones de crédito. Se obligan a prestar con la máxima prudencia.
Hay motivos para preocuparse
Una “recuperación económica” no es pues muy probable a corto o medio plazo. Los factores no están. La salida de la crisis supone, después de poner en marcha de nuevo la inversión, encontrar un mecanismo que ligue los salarios a los aumentos de productividad.
En estas condiciones, el pronóstico que se puede hacer es el de una estabilización entre un 5% y un 10% por debajo del nivel de producción anterior, y después un crecimiento más o menos nulo o extremadamente lento para los próximos tres o cuatro años.
Eso quiere decir empeoramiento de la cohesión social, fragilidad de los gobiernos, subida del populismo. Si el detonador financiero – ya que se está preservando el sistema bancario incluyendo sus factores de desequilibrio – reexplota en pocos años, golpeará unas economías todavía más frágiles y anémicas.
Hay motivos para preocuparse; me sabe mal no poder esconderlo. En treinta años, se ha producido una revolución dentro del capitalismo, y ha estado a peor. El motivo de este cambio mayor es muy sencillo: en el mundo bancario, ha estado la avidez desmedida, una orientación visceral hacia la búsqueda de la fortuna, lo que explica tanto la extensión vertiginosa de los productos derivados como los niveles inverosímiles de las remuneraciones, como la tendencia evidente a la trampa y la inmoralidad en las subprimes y los créditos dudosos.
En la economía real, es el endurecimiento de la presión accionarial, casi inexistente antes de 1980, después organizada por los fondos de pensión, de inversión o de arbitraje, posteriormente reforzada por la toma de poder o la constitución de minorías de bloqueo por parte de estos fondos en todas las empresas contemporáneas o casi. Se quiere obtener ganancias del capital, a riesgo de romper las lógicas de empresa. Todo el mundo recuerda la referencia demencial a los 15 % de rendimiento financiero exigidos durante un tiempo por los fondos.
El diagnóstico es nítido: las clases medias altas de los países desarrollados están renunciando a la esperanza de llegar a la prosperidad a través del trabajo, en beneficio de la esperanza de realizar ganancias de capital rápidas y masivas; en resumidas cuentas: de hacer fortuna. Este comportamiento sociológico es incompatible con el buen funcionamiento y sobre todo la estabilidad del sistema.
La socialdemocracia internacional explica desde hace medio siglo que los mercados no se autoequilibran, que hace falta regular la economía y las finanzas, y luchar fiscalmente contra las desigualdades. Los hechos, y esta crisis, le dan trágicamente la razón. Acaba sin embargo de perder las elecciones europeas, y masivamente.
Votando por todas partes conservador, a las fuerzas que nos han llevado a la crisis, los electores han mostrado su afecto al modelo de capitalismo financiarizado. La esperanza de la ganancia bursátil, de la fortuna, se ha hecho demasiado imponente. El resultado no permite esperar gran cosa con respecto a un tratamiento político serio de la actual anemia económica. ¿Cuántas crisis caldràn para convencer a los pueblos? En todo caso, el mecanismo para su repetición parece establecido.
Categorias: General, Parlamento europeo, Política europea, Socialismo | Sin Comentarios »