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    Publicado por Raimon Obiols | 8 Abril, 2009


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    ¡Como han cambiado las cosas en cinco años! El 20 de marzo del 2003 empezó la guerra de Irak: por un momento pareció abrirse una era de supremacía absoluta del unilateralismo “neocon” y del fundamentalismo de mercado.

    Hoy, las cosas son bien diferentes. El capitalismo desregulado preconizado por el neoliberalismo, que prometía el “final de la historia“, ha originado la crisis financiera, económica, política e ideológica más profunda que el mundo ha conocido desde la de los años 30 del siglo pasado. Se suma, además, una grave crisis ambiental, percibida con una inquietud creciente por las opiniones públicas …

    El péndulo ha basculado: empieza un nuevo ciclo global, que ofrece posibilidades inéditas a las políticas progresistas. La crisis ha significado un descalabro de las políticas inspiradas en el fundamentalismo de mercado y en la ideología del “pensamiento único” neoliberal, que han dominado en el mundo occidental desde los años 70 del siglo pasado. En las tres últimas décadas, se había afirmado de manera dominadora el dogma del libre mercado, entendido a menudo como un total laissez-faire, según el cual la autorregulación de los mercados era la mejor manera de promover el crecimiento continuo y la estabilidad. Este modelo, que era hegemónico en el mundo político, académico y mediático, se presentaba como lo único posible.

    Ahora el mundo se confronta a la toma de conciencia brutal de la fragilidad de las bases del sistema financiero y económico mundial. Son indisimulables los errores y la deriva negativa de una pseudoideología que presentaba sus políticas como infalibles.

    Desde los años 80, la idea de que el gobierno público tenía que ceder terreno en el mercado desregulado ha sido dominante. Máximas como “El gobierno es el problema, no la solución“, “Necesitamos más mercado y menos estado, la sociedad no existe, sólo los individuos“, “TINA, There is no alternative” (“no hay alternativa“), etc. sintetizaban y popularizaban el paradigma dominante.

    La crisis actual ha forzado a plantearse necesariamente un cambio hacia una urgente y ineludible acción de los poderes públicos hacia los mercados, un reequilibrio entre lo público y lo privado, en un sentido de reforzamiento de las instituciones y los intereses públicos de la sociedad, de la justicia, de la solidaridad. Hay que trabajar sobre esta base de esperanza. La cuestión que eso plantea es la siguiente: ¿como construir unas dinámicas que construyan alternativas viables para hacer frente a la crisis y producir una salida que no sea un retorno a la situación anterior?

    Y esta cuestión es inseparable de otra: ¿cuáles son las fuerzas sociales, culturales y políticas que pueden impulsar estas alternativas?

    En Cataluña tuvimos hace cinco años una señal indicadora: precisamente las inmensas movilizaciones contra la invasión de Irak, con su carácter rotundamente mayoritario, con su ancho pluralismo y, no obstante, con su clara voluntad común de luchar por un mundo con paz, justicia y solidaridad.

    Traducir esta amplia mayoría potencial en una política renovada, nacional, europea e internacionalista es un objetivo que tendría que unir a todos los sectores de progreso, por encima de las diferencias y de los intereses de corto vuelo. Nuestro reto es que el mundo de después de la crisis no vuelva a ser como el que nos ha llevado a la crisis. Y si no somos capaces de hacerlo, volverán los que querrían volver atrás.

    Porque este descalabro del fundamentalismo del mercado no es definitivo. Hay una nueva situación que revalora el papel de la política democrática y del sector público, de la solidaridad. Pero si sobre esta base no se articulan y se ponen en marcha nuevas políticas que den respuesta a la crisis y orienten la situación posterior, es probable que se produzca una nueva ofensiva del fundamentalismo de mercado.

    Categorias: General, Política catalana | Sin Comentarios »

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