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    Hablar de la inmigración

    Publicado por Raimon Obiols | 30 Enero, 2008


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    Poul Rasmussen, el presidente del Partido Socialista europeo, ha estado un par de días en Barcelona. Ha sido una buena oportunidad para hablar de la Europa social, que es un tema que le apasiona (Rasmussen fue durante nueve años jefe de gobierno en Dinamarca, pero sus orígenes son sindicalistas, y estas cosas marcan para toda la vida). En el curso de las conversaciones que hemos tenido, Rasmussen se ha referido al tema de la inmigración en Europa, diciendo que es un tema esencial y que la izquierda comete un gran error cuando no lo aborda de cara, cuando no habla porque cree que hablar hace el juego a la derecha y a los populistas.

    Yo estoy al cien por ciento a favor de esta opinión. Creo que hay que coger el toro por los cuernos, hablar del tema, discutir, no sólo para definir criterios y políticas a seguir, sino para contribuir a que en la sociedad catalana abordamos este reto de la mejor manera posible (como de otra banda creo que estamos haciendo, en general, y continuaremos haciendo). Los desequilibrios de la riqueza y de la demografía entre el norte y el sur del mundo generan flujos migratorios de ancho alcance hacia todos los países europeos. Es un gran proceso que está cambiando de manera inédita la composición de sus poblaciones y que requiere respuestas activas de las instituciones y de la sociedad.

    El entonces secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, dirigiéndose al Parlamento europeo, en enero de 2004, definió así la cuestión: “En este siglo XXI, los emigrantes necesitan Europa y Europa necesita a los inmigrantes. Una Europa de puertas cerradas sería más mezquina, más pobre, más débil y más vieja. Una Europa de puertas abiertas será más justa, más rica, más fuerte y más joven, siempre que Europa aborde debidamente la inmigración”. Cambiamos Europa por Cataluña, y el razonamiento sigue siendo el mismo. La inmigración tiene múltiples elementos positivos, de enriquecimiento de las sociedades más desarrolladas, en los ámbitos económico, demográfico, social y cultural; y contribuye al desarrollo de los países pobres (en el 2002, los emigrantes enviaron a sus países de orígen remesas por valor de 88.000 millones de dólares, un 54% más que lo que recibieron estos países en concepto de asistencia al desarrollo; es una relación que aumenta año tras año).

    Pero la inmigración plantea un reto difícil y complejo. Si la diversidad se inscribe permanentemente en un cuadro multicultural que aísla las distintas comunidades de origen, la heterogeneidad puede convertirse en un obstáculo para la vida democrática y para la cohesión social. En situaciones de aislamiento comunitario muy enquistado, de permanente segregación de grupos étnicos o religiosos, tiende a aumentar la desconfianza social mientras que la implicación ciudadana y el voluntariado en torno a causas colectivas disminuye, se empobrece la relación dialéctica con las instituciones y crece la anomia social.

    No tenemos que subvalorar, pues, en nombre de la solidaridad y a cubierto de una actitud básica de acogida, los riesgos sociales vinculados a los flujos migratorios. Estos riesgos se concretan en tres campos principales: el peligro de creación de zonas de marginalidad, exclusión y pobreza; el desarrollo de redes criminales de traficantes que hacen negocio de los flujos migratorios; y el desarrollo de conflictos o de situaciones de anomia, por el contraste de las diferencias y el crecimiento de un sentimiento difuso de inseguridad, con la posible instrumentalización y eclosión de actitudes xenófobas y de prejuicios racistas. Si la globalización ingobernada tiende a unir el mundo en muchos aspectos, también puede crear fisuras y fragmentaciones, porque tiende a la radicalización de las identidades. Se puede hablar, en este sentido, del riesgo de una globalización de las diferencias, en la que la estandardización del mundo es acompañada por fenómenos de fragmentación multicultural, de elevación de fronteras mentales, identitarias. Algunos, como Samuel Huntington, plantean el escenario fatal del “choque de civilizaciones”. Otros allí anteponen la propuesta de una “alianza de civilizaciones”. Hace falta añadir, que uno u otro escenario no corresponderá sólo a un ámbito de asuntos internacionales, sino que será una cuestión interna de nuestras sociedades de acogida.

    Las migraciones globales no son procesos accidentales, opcionales o evitables, pero es imperativo que sean gobernados y bien gobernados. Eso implicará en los próximos años una agenda compleja, que en parte escapa a las capacidades “defensivas” de los Estados (frente de la inmigración “ilegal”) y en la que las capacidades de integración de las instituciones y las sociedades de acogida jugarán un papel determinante.

    Rasmussen nos dijo que la manera como Cataluña resuelva el reto de la inmigración (“puede ser un gran ejemplo”, comentó) será muy importante no sólo para el país sino para Europa. Es uno de nuestros principales retos para el futuro y lo tenemos que ganar.

    Categorias: General, Política catalana, Socialismo | Sin Comentarios »

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