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La adoración del hombre por el hombre
Publicado por Raimon Obiols | 28 Noviembre, 2007

Ni dios, ni césar, ni tribuno: el inicio de La Internacional, el himno histórico de los socialistas, es testimonio de que, en sus orígenes, el movimiento obrero y socialista formuló no dos sino tres negaciones fundacionales. Se desarrolló no sólo contra la opresión política y contra la explotación económica del hombre por el hombre, sino también contra la adoración del hombre por el hombre, es decir contra la idolatría que tan a menudo ha ido asociada a las construcciones humanas: a las religiones, las patrias, los movimientos y partidos, las ideologías …
En sus inicios, el movimiento obrero y socialista fue irreverente: se pronunció contra las genuflexiones ante las ideas y los dirigentes, contra los dogmatismos y las adhesiones ciegas a los líderes de turno.
Como ha escrito recientemente Jordi Borja, “la letra de La Internacional en su época, con el lenguaje de entonces, expresaba una aspiración revolucionaria de las clases trabajadoras: ni dioses, poderes no humanos utilizados para oprimir, ni césares, caudillos que se situaban por encima de los pueblos para ejercer un poder sobre ellos, ni tribunos, denunciadores de los daños sin señalar a los responsables de éstos ni enfrentarse con ellos…”. Es una lástima que la componente libertaria del socialismo perdiera a menudo la partida enfrente de los planteamientos dogmáticos y autoritarios. No es ésta la menor de las tragedias de la izquierda del siglo XX, demasiado a menudo prostituida por las deformaciones patológicas y criminales de aquello que eufemísticamente se denominó el “culto a la personalidad”: el estalinismo y otras desgracias.
Me parece que en la dimensión libertaria original del movimiento socialista, que coincide con el mejor liberalismo de izquierdas (por ejemplo el de Stuart Mill), hay pistas de futuro por la renovación de las izquierdas del siglo XXI. Pepe Zaragoza lo apuntaba hace un par de días en un artículo en La Vanguardia, mencionando a Carlo Rosselli, que tanto gustaba a Ernest Lluch. Su tesis era que sólo el socialismo, concebido como la plena realización de la democracia, puede dar sustancia propia a la libertad humana, porque garantiza a cada persona los medios sociales y materiales que le pueden permitir realizar libremente su proyecto de vida.
Hay una perspectiva adicional en defensa de la irreverencia de izquierda: significa una protección frente a los errores asociados a toda deriva autoritaria (como la situación en Venezuela se encarga estos días de recordarnos). Hay un lema asociado a los movimientos de código abierto en internet que expresa esta idea: “We are smarter than me” (“Nosotros somos más inteligentes que yo”).
“Todas las grandes verdades han aparecido inicialmente como blasfemias”, decía Bernard Shaw. Digámoslo con menos contundencia: la irreverencia es siempre un requisito indispensable de la investigación de la verdad y del progreso. Es por eso que tiene que ser un rasgo consustancial e irrenunciable del socialismo.
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